martes, 15 de abril de 2008

avísame cuando te vayas II

Eres como la luna porque siempre estás ahí, cariño mío. Uno se va de viaje, por la noche, en un coche mirando por la ventanilla y ella está ahí, siguiendo sus pasos, brillando sin querer brillar, iluminando esta vida oscura donde vivimos. Y da igual a la velocidad que vayas: la luna siempre te sigue así, en paralelo, sin decirte nada. Pero ella va por su camino infinito y no quiere brillar. Pero brilla. Y te escapas, y te vas a la otra parte del mundo y ella sigue allí, sin tener la voluntad de estar. Y miras al agua y ella está allí, y la amas aunque sabes que no puedes alcanzarla.
Y lo siento mucho, de verdad. Pero yo no tengo la culpa de que seas así para mí. Yo no tengo la culpa de que, una tarde de abril, entraras en mi vida sin querer entrar con una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros. Con una mirada curiosa que yo no había visto jamás y que no cesaba de preguntar todo aquello que era inexplicable. Con el pelo negro y mojado. No tengo la culpa de que me enseñaras qué era eso de la felicidad, que siempre se acaba. Y tampoco tengo la culpa de que ahora me toque pagar el precio por lo feliz que fui. Porque, ¿qué sería de los momentos felices si a uno no le tocara después saborear la tristeza más absoluta?. Porque a todo acaba acostumbrándose uno, en esta vida extraña y desagradecida. Uno puede acostumbrarse a ser feliz y a no saber saborear los momentos de felicidad, y también puede acostumbrarse a vivir más triste que esa mirada tuya que tenías cuando llegaban los días de lluvia.
El ser humano está preparado para sufrirlo todo, amor mío. Uno cree que ha llegado a lo más hondo del túnel en el que se encuentra y que va a subir porque ve allá, a lo lejos, el resquicio de lo que fue una luz, y vuelve a caer con otro golpe de la piqueta que es el destino. Y cae, y vuelve a caer, y no ve la luz, o cree que la ve y se le esfuma, pero sigue viviendo como si nada. Yo, la verdad, me niego a aceptar que seamos así, y déjame simplemente que reivindique el derecho que tenemos algunos a no vivir felices. Ya. Ya sé que es injusto para mucha gente que lo pasa infinitamente peor. Pero no soporto que, pase lo que pase, te de los golpes que te de la vida, uno siempre tenga que salir adelante y meter todo lo que ha perdido en un cajón de la memoria donde, al final, se borrará y dará paso a nuevos sueños que también se esfumarán, y nosotros, los seres humanos, seguiremos viviendo.
Este mundo es muy extraño, vida mía. Uno pasa por momentos importantísimos durante seis años de su vida y, al final, por un inexplicable mecanismo que no llego a comprender, recuerda los sucesos que, a priori, parecen más absurdos e insignificantes, como en Annie Hall. En esa película -¿te acuerdas cuando la vimos una noche de invierno en nuestra Jávea, cariño?- ellos dos se separan y él, al final, pasa como en unas fotografías los momentos que recuerda con más cariño. Y recuerda cuando un día cocinaban cigalas, o cuando iban de paseo con el coche. Pues eso me pasa a mí ahora. No sé porqué, pero creo que se me olvidan momentos cruciales de nuestra relación. Sin embargo recuerdo perfectamente cuando jugábamos a perseguirnos por el jardín del chalet, cuando regábamos el césped descalzos el día en que nos dimos cuenta de que llegaba el verano, cuando nos acercábamos a aquella casa para ver a la perra aquella que queríamos adoptar. La llamaríamos Carlota, ¿te acuerdas?.
También me ocurre que por ese mismo insólito procedimiento recuerdo con una inmensa dulzura aquellos momentos en que peor estábamos. Recuerdo cuando te enfadabas en el coche por lo mismo de siempre. Cuando te enfadabas muchísimo y decías que te llevara a casa. Recuerdo cuando te enfadabas y lo hago con dulzura porque estábamos juntos. Yo, ya lo sabes, nunca me enfado con ninguna de las personas que amo. ¿Te acuerdas que me decías que no fuera tonto y que yo también tenía derecho a enfadarme alguna vez, que alguna vez incluso estaba obligado a ello?. Pero yo nunca me enfadé. Nunca me enfadé porque sabía que te quería y nunca me enfado ahora tampoco porque sé que te quiero igual que antes. Porque, ¿para qué enfadarme con alguien a quien quiero si luego sé que el enfado se me va a pasar?. Además, ya te lo he dicho muchas veces. Uno no sabe cuándo van a cambiar las cosas en este mundo donde te cambia la vida de la noche a la mañana. ¿Para qué tener ese último recuerdo amargo a causa de un enfado sin sentido?.
Eres como la luna porque eres inalcanzable. Siempre estás ahí, iluminando mis noches sin querer iluminarlas. Siempre estás ahí y por eso parece que estás tan cerca. Pero en realidad estás a muchos kilómetros. En realidad has decidido que quieres vivir tu vida muy lejos de mí. Lo siento en el alma, corazón, pero sólo espero que comprendas que yo no puedo hacer nada por evitarlo. De hecho, no tengo siquiera la culpa de ser así, y, la verdad, no me parece tan malo el simple hecho de querer a las personas que son importantes para mí y no querer dejar de quererlas. Y no sufras por mi vida, cariño mío: hasta yo me he acostumbrado ya a vivir así.