jueves, 14 de febrero de 2008

avísame cuando te vayas

Mira que te lo dije: avísame cuando te vayas. Y tú, que me decías siempre que no me preocupara, que no pensara en esas tonterías, que no fuera niño, que nada jamás nos separaría, ni siquiera la muerte, ni siquiera el destino contra el que no se puede hacer nada; y tú, al final, te marchaste sin decirme adiós, sin preparar a mi corazón para sustituir tu ausencia, sin despedirte de mí con una caricia.
Te ibas para siempre y me dijiste simplemente que ya me llamarías, que ya volveríamos a cruzarnos algún día en esta ciudad pequeña y ahora triste sin ti, que lo que hacía falta era tiempo para curar nuestras heridas. Pero es que estas heridas, vida mía, no se pueden cerrar con el paso del tiempo; muy al contrario, se hacen cada vez más grandes, como grande es el vacío que me ha dejado tu ausencia.
Ya. Ya sé que a la gente de este mundo raro donde vivimos no le gustan las despedidas. Que a nadie le gusta asumir el riesgo de los adioses. Que es mejor decir simplemente que nos veremos más tarde, un poquito más adelante, a la vuelta de la esquina, pero entonces no seremos ya las mismas personas. Tú no serás ya tú ni yo seré jamás el yo que tú conociste. Porque nada permanece quieto en este lugar donde todo el mundo va corriendo a todas partes para no llegar nunca tarde a ningún lugar.
Lo repito constantemente: lo más duro para un alcohólico no es el simple hecho de que tenga que dejar de beber, sino el conocimiento de que jamás volverá a tomar otra copa. Eso, al fin y al cabo, es lo que nos sucede a la mayoría de los que tenemos que alejarnos alguna vez. Eso es, precisamente, lo que nos ha pasado a ti y a mí. No me avisaste cuando te fuiste y no me dirás que eres tú si algún día decides regresar. No te acercarás a mí, así, cautelosamente, ni me taparás los ojos por la espalda para preguntarme si sé quién eres. Te veré de pronto, sin haber preparado a mi alma para el reencuentro. Te veré y no sé ya si sabré reconocerte como lo que fuiste para mí. Habrán pasado cien siglos y una eternidad de noches secas, oscuras, como un agujero negro de esos que hay por el espacio y que lo absorben todo. Construyes un sueño llenito de esperanzas durante el día y crees que eres feliz hasta que llega la noche. Pero cuando sale la luna, blanca, clara, iluminando las cosas sin distorsionarlas; cuando sale la luna los sueños se agotan, se acaban y comienzan las pesadillas.
Los sueños son, así, como los rabos de las lagartijas. Surgen en nosotros siempre a causa de un dolor muy fuerte que hemos sufrido, pero su efecto es poco duradero. Los sueños te mantienen vivo el mismo tiempo que se mantiene dando respingos el rabo de la lagartija cuando acabas de cortarlo. Al poco, lamentablemente, se le acaba el nervio y el sueño muere hasta que aparece otro que también morirá. Y así, cariño mío, pasan los días cuando tú no estás.
Y no te confundas, por favor, no pienses que estas letras te las escribo para hacerte reproches porque te fuiste una tarde sin avisar. De hecho, esto que ahora tú estarás leyendo lo escribo sólo para mí. Para recapitular mi vida y hacer recuento de todo aquello que se me escapó sin yo quererlo ni beberlo, sin darme cuenta y sin poder mantener siquiera el recuerdo de una despedida triste, como se merecen estas cosas que se te van y que tanto amas. Trato, simplemente, de entender yo mismo el porqué, por mucho que luches para conseguirlo, las cosas que quieres se van sin avisar, regresan sin avisar, y nadie se queda quieto en este mundo caótico en donde vivimos.
Y hazme caso, vida mía. Si algún día ves que algo que amas se va, aunque sea al otro lado de la calle, aunque sea para comprar el periódico en el quiosco que hay a la vuelta de la esquina, aunque tú estés viendo cómo camina de espaldas por la acera para llegar a ese sitio, despídete. No te pase como me ocurre siempre a mí, que se me esfuman las cosas que quiero de delante de las narices y no me dan tiempo ni siquiera a que les diga adiós. Que todos se van y me dejan sin avisarme y eso que yo les repito cien mil veces que me avisen cuando se vayan.

2 comentarios:

Alejandra dijo...

Hola de nuevo Gaviero. Rubén es un nombre perfecto. Tiene pinta de ser un niño muy imaginativo o más bien creativo. Noches juega con coches, extraño y genial a la vez! Cuanto lo queréis...

Anónimo dijo...

Nosotras acabamos de llegar.

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